Este escrito tiene como finalidad ubicar
a la Semiótica como disciplina dentro del campo de las Ciencias del Lenguaje
para que el alumno pueda discernir competencias en cada una de ellas y así
construir el objeto de estudio de la Semiótica, como disciplina teórica y como
metodología para la investigación de los discursos sociales. Es por ello que, a
través de un recorrido por las bases teóricas donde se asientan las Ciencias
del Lenguaje, rescataremos los aportes que contribuyen a desarrollar el
conocimiento semiótico.[2]
Iniciar un estudio en el campo de las ciencias del
lenguaje implica necesariamente conocer las bases que dieron lugar a la
lingüística. Y si de ello se trata, no podemos dejar de mencionar al motor que
ha guiado cualquier investigación en esta área, plasmado en el Cours de linguistique générale, y que
con el nombre del autor Ferdinand de Saussure llega a nosotros. A partir de
ahí, investigadores de distintas áreas del conocimiento se han ocupado de
plantear sus diferencias y elaborar teorías divergentes algunas y otras no
tanto. Sin embargo, e indudablemente, nadie ha podido obviar las bases del
estructuralismo, las cuales expondré aquí sintéticamente para dar comienzo a un
recorrido por el campo de las ciencias del lenguaje. Recorrido que alcanzará
las propuestas de la lingüística textual para arribar finalmente, al análisis
del discurso y con éste, a un enfoque socio-semiótico.
Lingüística y Estructuralismo
El concepto que
da origen al estructuralismo como propuesta metodológica y sienta las bases de
una línea de investigación, el concepto de estructura,
se define tantas veces como teóricos han tratado de definirlo. Aparece en la
primera mitad de la década del 60 en Europa, más precisamente en París. La raíz
latina structura (del término struere, que significa “construir”) nos
da ya indicios acerca de que el estructuralismo es un método de conocimiento
que contribuye a la construcción del objeto como un todo, como una unidad que
impone un orden establecido en el que cada parte se complementa.
El estructuralismo busca dilucidar y explicar la
realidad, la cual se presenta ante el sujeto como una totalidad a ser identificada en sus partes constitutivas y cuyo
ordenamiento se encuentra dentro de los mismos objetos. En el ámbito que nos
ocupa, es Ferdinand de Saussure quien da origen a una concepción
estructuralista del lenguaje y funda las bases de la lingüística como
disciplina científica. Este autor distingue el objeto de la lingüística
“integral y concreto” y entiende que, al no ofrecerse este objeto en su
integridad “hay que colocarse desde el primer momento en el terreno de la
lengua y tomarla como norma de todas las otras manifestaciones del lenguaje”[1].
He aquí la clave de nuestro estudio: la lengua.
¿Qué es la lengua
para Ferdinand de Saussure? Es una totalidad, un sistema de signos que expresan ideas. Y hablar de sistema es
hablar de estructura, de un conjunto de elementos relacionados entre sí y organizados
de manera tal que si se modifica alguna de sus partes, se modifica el conjunto.
En este sistema de signos, lo esencial es la unión del sentido y de la forma,
lo que nos lleva al concepto que orientará nuestra metodología de trabajo: el signo.
No es posible hablar de Saussure y no hablar del signo lingüístico, clave para el
abordaje de las Ciencias del Lenguaje, clave también pues da origen a
posteriores corrientes de investigación en este campo y a los primeros estudios
semiológicos. El concepto de signo caracteriza a la lengua como estructura y se
define como una entidad psíquica de dos caras que combina un concepto y una
imagen acústica, denominados significado
y significante; es el anverso y el reverso de una única unidad,
indisoluble. Estos dos elementos son solidarios, se reclaman recíprocamente.
“Aunque el significante y el significado, tomado cada uno aparte, sean
puramente negativos y diferenciales, su combinación es un hecho positivo”[1].
Esto explica de alguna manera la idea de que en la lengua sólo hay diferencias,
lo que implica términos negativos y nos acerca a otra noción esencial en la
teoría saussureana: el valor. El valor del signo es lo que no son los otros
signos contiguos a él en el sistema.
Esta unidad mínima genera una serie de dualidades
que se relacionan permanentemente: mutabilidad e inmutabilidad, lingüística
estática y lingüística evolutiva, ley sincrónica y ley diacrónica, relaciones
sintagmáticas y relaciones paradigmáticas, lingüística interna y lingüística
externa o retrospectiva y prospectiva, lengua y habla. Todo ello enmarcado por
el principio de la arbitrariedad, a nuestro juicio el principal ya que es la
base sobre la cual las demás nociones fundan su existencia, el cual establece
que el lazo que une significante y significado (en adelante, Se y So) es arbitrario, es inmotivado. El Se es
arbitrario con relación al So, con el cual no guarda en la realidad ningún lazo
natural. Saussure lo diferencia del símbolo,
en el cual sí existiría un vínculo natural entre el significante y el
significado, y da como ejemplo la balanza. Este principio va acompañado por otro,
el principio de la linealidad, según el cual el Se, por ser de
naturaleza auditiva, se desenvuelve en el tiempo únicamente y tiene los
caracteres que toma del tiempo (representa una extensión, esa extensión
es mensurable en una sola dimensión); es una línea. Completan los principios
del signo la inmutabilidad y la mutabilidad. Si acordamos que la lengua
es un producto heredado de generaciones precedentes, hay que tomarla tal cual
es, es inmutable. La reflexión no interviene en la práctica de un idioma; los
sujetos son en gran medida, inconscientes de las leyes de la lengua. El tiempo,
que asegura la continuidad de la lengua, tiene otro efecto, en apariencia contradictorio,
el de alterar más o menos rápidamente los signos lingüísticos. Esta alteración
siempre conduce a un desplazamiento de la relación entre el So y Se, entonces decimos
que es mutable.[1]
Siguiendo esta mirada relacional, en términos de
Saussure, “en un estado de lengua todo se basa en relaciones”[1],
expondremos someramente las relaciones entre los signos, desde dos ámbitos: en
el discurso y fuera del discurso. Dicho de otra manera, la perspectiva saussureana
postula que el objeto de estudio se construye teniendo en cuenta sus relaciones sintagmáticas, es decir
vinculadas sobre un eje horizontal que se funda en el carácter lineal del
significante, y sus relaciones
paradigmáticas, llamadas también asociativas y que pueden representarse
sobre un eje vertical. “La conexión sintagmática es in praesentia, se apoya en dos o más términos igualmente presentes
en una serie efectiva. Por el contrario, la conexión asociativa une términos in absentia en una serie mnemónica
virtual”[2].
Para conocer mejor la naturaleza de cada término es necesario entender cómo se
relaciona con los demás términos dentro del sistema, en sus relaciones
sintagmáticas y paradigmáticas.
Ahora bien, cada signo dentro del sistema de la
lengua se encuentra formando parte de un conjunto que los identifica. El primer
paso para un estudio del lenguaje desde esta mirada estructuralista, es
construir el objeto, ya que es el punto de vista que adoptará el lingüista lo
que lo creará. La composición interna del signo lingüístico estará determinada por
leyes que ligan las partes de manera tal que al modificar una de ellas, se
estaría modificando el todo. “Cuando se comparan los signos entre sí (...) ya
no se puede hablar de diferencia (...) sólo son distintos. (...) Aplicado a la
unidad, el principio de diferenciación se puede formular así: los caracteres de la unidad se confunden con
la unidad misma. En la lengua, como en todo sistema semiológico, lo que
distingue a un signo es todo lo que lo constituye”[1].
Dicho de otra manera, el estudio del lenguaje se rige por leyes internas del
sistema, explícitas en la estructura.
La lengua es concebida entonces como estructura,
como sistema. Pero como se sabe, también podemos abordarla como función: ¿qué
función se le atribuye al lenguaje en general?, podría ser un interrogante a
responder buscando los fundamentos en las teorías que se desprenden de la de
Saussure. Algunos autores consideran que lo esencial en el lenguaje es la
expresión, aunque no podríamos pretender que sea ésa la única función del
lenguaje. Otros, creen que la lengua cumple un rol de soporte al pensamiento,
en razón de lo cual cabría preguntarse si es el lenguaje anterior o posterior
al pensamiento.
Lingüística Textual y Análisis del Discurso
Es a partir de los comienzos de
la década del 60 que comienza a constituirse un campo de investigación cuyo
objeto es el discurso, en el marco de las ciencias del lenguaje. Si bien es
considerado de dominio autónomo, el análisis del discurso conlleva una relación
con la lingüística que se complejiza a medida que evolucionan los estudios. Son
variados los enfoques y teorías que convergen en el análisis del discurso[1]. La
noción misma de discurso es el centro de atención de numerosas investigaciones
desde donde surgen variadas acepciones y concepciones que se relacionan con un
enfoque específico. En virtud de esto último, consideramos necesario trabajar
el concepto de discurso desde la perspectiva semiótica que nos ocupa. Estamos
considerando al discurso como un enunciado
considerado desde el punto de vista del mecanismo discursivo que lo condiciona (en
oposición a la noción de enunciado como una secuencia de frases)[2]. En este sentido, es importante rescatar la
idea de conjunto de enunciados de dimensión variable, producidos a partir de
una posición social o ideológica, lo cual puede ser homologado al concepto de
texto: objeto concreto, producido en una
situación determinada bajo el efecto de una red compleja de determinaciones
extralingüísticas (sociales, ideológicas).[3]
Semiótica
y Análisis del Discurso.
Al mencionar los aportes de Bajtín, hicimos referencia al signo ideológico, concepto que difiere sustancialmente de la tradición estructuralista.
En primer lugar, cabe subrayar que esta postura, a la cual adherimos, se
asienta sobre la afirmación de que al hablante no le interesa la identidad de
la forma lingüística, su reconocimiento en tanto señal, sino aquel aspecto
gracias al cual ella se convierte en signo.
Es el signo el que puede ser
comprendido. Este autor entiende que “ni siquiera en las fases iniciales de la
enseñanza de las lenguas existe la señal pura. En estos casos también la forma
está ubicada en un contexto en el que se convierte en un signo, aunque estén
presentes ciertas características de la señal y el momento correspondiente de
su reconocimiento”[1]. Este pensamiento estaría
distinguiendo la lengua materna de la extranjera, en el sentido de que la señal
y el reconocimiento de las formas lingüísticas se perciben claramente en el
aprendizaje de la segunda, no así en la primera, en cuyo caso ya está superado.
El signo refleja o refracta algo que está fuera de él. Sin embargo, claro está
que en la apropiación de una lengua hay una etapa de reconocimiento de la
señal. “La señal y el reconocimiento están dialécticamente desactivados,
absorbidos por la nueva calidad de signo, (...) en la lengua materna”; en tanto
que “en el proceso de asimilación de una lengua extranjera la cualidad de señal
y el reconocimiento todavía se perciben, todavía no están superados, la lengua
no se convierte totalmente en una lengua”.[2] Según
Bajtín “el ideal de la apropiación de una lengua es la absorción de la
señalidad por la signicidad pura, del reconocimiento por la comprensión pura”.[3] En
esta línea, el autor de referencia también considera que “el momento del
reconocimiento de una palabra idéntica desde un principio se combina
dialécticamente y se absorbe por los aspectos de su variabilidad contextual, de
su diferenciación y novedad”.[4] Es
así que la enseñanza debería plantearse en la estructura concreta de un
enunciado, como un signo variable y elástico. (Bajtín, 1981)
El hablante de lengua materna se
enfrenta a la palabra que forma parte de otros enunciados más diversos y donde
el criterio de la corrección se aplica solamente en los casos especiales que
surgen de la enseñanza de la lengua. Como dice Bajtín, “normalmente el criterio
de la corrección lingüística suele absorberse por un criterio puramente
ideológico: la corrección de un enunciado está sumergida en su misma veracidad
o falsedad, en su poeticidad o banalidad, etc”.[5]
[1] BAJTIN, M. (Voloshinov)
(1981) Le marxisme et la philosophie du
langage. Minuit, Paris. p.104
Sin pretender profundizar estos temas, en lo que a este trabajo
interesa, rescatamos aquellos teóricos que dan origen a la llamada Semiología de la Comunicación de
los años 60 y que conciben a la lengua como un instrumento para comunicar. Este
postulado se entiende a partir de una concepción tradicional, según la cual la
prioridad en el lenguaje humano está en la oralidad, comparada con una
institución humana, en el sentido de que surge de la vida en sociedad
(Martinet, 1965).
La lengua es función y es sistema. Sistema que se
compone de signos, los cuales tienen
también una función determinada. Según Martinet, la principal función del
lenguaje es la de comunicar, a partir de un principio de economía según el cual
se obtiene de la lengua un instrumento para comunicar, utilizando un reducido
número de elementos que se combinan según determinadas reglas. En esta línea,
recordamos la noción de doble
articulación: “La primera articulación es la manera según la cual se
dispone la experiencia común a todos los miembros de una comunidad lingüística
determinada”[1]. Esta
postura considera que no es posible comunicar toda una experiencia personal,
por más simple que parezca, a través de una unidad sígnica. Por ello, la lengua
está dotada de una función que articula unidades
mínimas de sentido en un enunciado que se manifiesta en la cadena hablada y
que relacionamos con el carácter lineal del significante. Es la disposición de
estas unidades llamadas monemas lo
que da organicidad al enunciado. El monema, al igual que el signo, posee
significado y significante y no puede subdividirse en otros signos. Además, por
el antes mencionado principio de economía, son innumerables las combinaciones a
partir de un número determinado de monemas. Y si consideramos que “la lista de
los monemas de una lengua es, en efecto, una lista abierta”[2]
y que permanentemente nacen otros nuevos, de acuerdo a necesidades
comunicativas, no seríamos capaces de poner un límite a las posibilidades de
los enunciados. La segunda articulación corresponde a la forma vocal que sí
puede analizarse en una sucesión de unidades, llamadas fonemas. Éstos se solidarizan para formar los monemas y de esa
manera contribuir al funcionamiento de la lengua. Esta segunda articulación
también opera por el principio de economía, ya que “gracias a ella” las lenguas
pueden limitarse a algunas decenas de producciones fónicas distintas que se
combinan para obtener la forma vocálica de las unidades de la primera
articulación”[3]. A
diferencia de la primera articulación, la lista de fonemas de una lengua es
cerrada.
Siguiendo la línea estructuralista, consideramos
valiosos los aportes de Hjelmslev (1971), lingüista danés, principalmente en lo
que respecta a la función signo.
Este autor retoma de Saussure, la distinción entre el sistema y la
actualización de ese sistema y lo redefine como proceso; parte también de la noción de que “la lengua es una forma
y no una sustancia”. En este sentido, habría dos planos o entidades, contenido y expresión, comparables al
significado y significante saussureanos. Cada uno de estos planos pueden
dividirse, conceptualmente, en lo que Hjelmslev llamó materia (todo lo pensable, en el plano del contenido, y todo lo
decible, en el plano de la expresión), forma
(lo que se imprime de determinada manera en la materia, determinada
precisamente por la lengua) y la sustancia
(resultado de esta impresión). Ambas sustancias son los funtivos cuya relación,
de solidaridad, establece la función signo. Dice este autor que las entidades
denominadas expresión y contenido “se definen sólo por su solidaridad mutua y
ninguna de ellas puede identificarse de otro modo. Cada una de ellas se define
por oposición y por su relación, como funtivos mutuamente opuestos de una misma
función”[1].
Decir que los funtivos se definen por su solidaridad, es decir que no pueden
concebirse aislados del sistema del cual forman parte, sin hacer referencia a
la relación que se establece entre ambos, se presuponen necesariamente: “una
expresión sólo es expresión en virtud de que es expresión de un contenido y un
contenido sólo es contenido en virtud de que es contenido de una expresión”[2].
Cada funtivo se define por sus conexiones y mínimas diferencias con los otros
funtivos dentro del sistema de la lengua, con lo cual podríamos estar hablando
de la noción de valor saussureana.
Desde esta perspectiva, la noción de lengua,
organizada en estos dos planos (expresión y contenido) se traduce en la forma que se imprime de determinada
manera en la materia para dar como resultado una sustancia. El punto de vista
de Hjelmslev entonces, postula que un signo es una relación entre significado y
significante, como dos funtivos que se presuponen necesariamente y donde cada
uno se define por sus conexiones y mínimas diferencias con los otros funtivos
dentro del sistema. La diferencia es lo que hace la unidad del signo. Así, en
términos de Hjelmslev, signo es la unidad
que consta de forma de contenido y forma de expresión y que es establecida por
la solidaridad que hemos llamado la función del signo.
No podemos dejar de mencionar la obra de Chomsky
(1989) y la distinción que este autor establece entre lo que denominó conocimiento y habilidad, cuyos conceptos podrían entenderse someramente como la
lengua y el habla de Saussure y es por eso que intentaremos relacionarlos en
los párrafos siguientes.
El lenguaje, tal como lo entendía Saussure, es multiforme y heteróclito, comprende
aspectos físicos, fisiológicos y psíquicos, tiene un lado individual y un lado
social. La lengua es la parte social que existe en virtud de un contrato
entre los miembros de una comunidad. Es cosa
adquirida y convencional, diferente del lenguaje que se fundamenta en una
facultad natural del hombre. El habla es la parte individual, en
términos de Saussure, un acto individual
de voluntad y de inteligencia. Los sujetos de una misma comunidad “hacen
uso” de la lengua a través del habla, en una actividad que puede ser explicada
a partir de la linealidad del signo lingüístico. La lengua es un tesoro depositado por la práctica del habla en los sujetos que
pertenecen a una misma comunidad.[1]
El conocimiento se define como un cierto estado de la mente/cerebro, un
elemento relativamente estable en los estados mentales transitorios[2].
Antiguamente, se creía que el conocimiento del lenguaje consistía en poseer
cierta habilidad para hablar y comprender. Sin embargo, a partir de las
investigaciones de Chomsky, se establece una clara diferencia entre las
nociones de conocimiento y de habilidad. Esta última, se refiere
al uso de ese conocimiento. Los sujetos pueden diferenciarse precisamente, por
hacer usos diferentes de un mismo conocimiento; es decir que pueden poseer
mayor o menor habilidad para poner en la práctica concreta del habla aquellos
conocimientos que se depositan en la mente de cada uno de ellos.
Si bien la lingüística estructuralista no agota aquí
sus nociones, hemos querido dar elementos teóricos básicos que nos permitan
comprender el funcionamiento del discurso, desde su estructura interna,
conocimiento indispensable a nuestro entender, para abordar una perspectiva de
análisis que sobrepase el plano de la lengua. Asimismo, es menester recordar
que cualquier estudio y aplicación de teorías semióticas se asienta sobre las
bases de estos conceptos.
Lingüística y
Enunciación
Las
investigaciones de Emile Benveniste[1]
sobre el lenguaje, en especial sobre la enunciación, marcan una ruptura en
relación con las conceptualizaciones estructuralistas.
En términos generales, Saussure distingue un campo
observable, el habla, y un campo teórico, la lengua, el sistema. En cuanto al
objeto de estudio de la lingüística, la lengua, consiste en un código que no
incluye el uso. A partir de los postulados de Benveniste, si bien se sigue
realizando la distinción entre la lengua como objeto teórico y las prácticas
del lenguaje, ambas se vinculan de manera tal que, al hacer uso de las formas
gramaticales y la norma en general, se instaura la relación entre los
interlocutores. Si bien la lengua sigue siendo un código, éste es considerado
como un repertorio de comportamientos
sociales.[2]
Por un lado, Benveniste introduce en la lingüística
un nuevo concepto, el de enunciación,
diferente, aunque comparable con el habla
de Saussure. Éste propone como objeto de la lingüística, el estudio de la
lengua, dimensión social del lenguaje, única capaz de ser descripta y analizada
en sus elementos constitutivos. Benveniste postula en cambio, la lengua en uso, y elabora el concepto de
enunciación, entendido como la puesta en funcionamiento de la lengua por un acto individual de utilización,
movilizado por un sujeto – locutor que toma posesión de aquella. Esta idea
contiene implícita la importancia de las circunstancias en las cuales son
producidos tales actos. La enunciación
supone la conversión individual de la lengua en discurso, dice este autor[3].
Mientras para el estructuralismo un estudio lingüístico supone un análisis
inmanente de las formas, de las estructuras, para Benveniste, la lengua como
forma no existe antes de la instancia de enunciación y pone de relieve el
discurso que emana de un locutor, que prevé un oyente y como consecuencia de
ello, determina otra enunciación como respuesta. Aquí se considera también,
además del discurso en sí, la situación donde se actualiza.
Por otro lado, el estructuralismo no se ocupa del
sujeto que interviene en el acto de lenguaje. Las investigaciones de Benveniste
dan cuenta precisamente de la subjetividad,
es decir la capacidad del locutor de
plantearse como “sujeto”[4].
En este marco, se pone de relieve el yo
locutor que se presenta como sujeto de la
enunciación, a la vez que remite a sí mismo y a un tú destinatario, reversible en una situación dialéctica. Este yo, se refiere a un acto de discurso
individual en el que el yo es
pronunciado y se designa como locutor; y cuya referencia es la instancia misma
del discurso. Benveniste postula además, que el fundamento de la subjetividad está en el ejercicio de la lengua[5].
Tanto la noción de enunciación como la de
subjetividad, enriquecen los estudios lingüísticos del momento y sientan las
bases para futuras investigaciones. La importancia radica en dar cuenta de lo
exterior al signo lingüístico y destacar el entrecruzamiento lenguaje-sociedad,
en donde no existen sujetos sino interlocutores en instancia de discurso. De
este modo, nos estamos introduciendo poco a poco en la dimensión discursiva del
lenguaje.
Otra contribución importante en esta línea es la de
Roland Barthes (1987)[1],
quien entiende que Benveniste fundamenta lingüísticamente la identidad del
sujeto y de su lenguaje, en el sentido de que es a través del lenguaje, de sus
formas (la persona, por ejemplo) plasmadas en el discurso que el sujeto
adquiere identidad (el Ego) y se instituye como yo-locutor. Benveniste no deja de investigar la estructura del
lenguaje; lo novedoso reside en que además, capta lo exterior a ella y en esta
extensión significativa, consigue sentar las bases para una verdadera ciencia
de la cultura, cuyo motor principal es precisamente el lenguaje. El sujeto –
locutor es el centro y adquiere su identidad en las categorías de la lengua que
se revelan en su discurso.
Otro aporte importante para nuestro estudio, es el
de Michail Bajtín, por sus trabajos críticos acerca de las teorías provenientes
del objetivismo abstracto (derivadas de Saussure) y del subjetivismo
individualista (con base en la
Psicología ), así como también sus escritos sobre enunciado y enunciación, el concepto de signo
ideológico, de dialogismo, de heterología y su postura acerca de la palabra. En los próximos párrafos,
nos ocuparemos de exponer los fundamentos que nos interesan especialmente en
este apartado y reservaremos para más adelante los aspectos que corresponden al
discurso, en cuyo caso también nos referiremos al signo.
Para que se produzca un fenómeno del lenguaje es
necesario que los aspectos físicos, fisiológicos y psicológicos se encuentren
insertos en un conjunto mayor, abarcativo y complejo que Bajtín denomina la esfera global de la comunicación social
organizada. No basta con la existencia de dos organismos biológicos
(aspecto fisiológico) que interiormente poseen experiencias personales (aspecto
psicológico) en un proceso de producción y de percepción de sonidos (aspecto físico).
Es indispensable pues que hablante y oyente formen parte de una organización
social y consecuentemente pertenezcan a un mismo colectivo lingüístico. Dicho
de otra manera, es necesario el acontecimiento
social de la comunicación, hecho extraordinariamente complejo.
Nos ocuparemos entonces, de sintetizar los
postulados de Bajtín que nos conducen al concepto de enunciación que estamos tratando.
En primer lugar, recordamos la postura de Saussure
cuando presenta la lengua como un sistema de formas normativamente idénticas.
Bajtín entiende que al hablante no le
importa la forma lingüística como una señal estable y siempre igual a sí misma,
sino como un signo siempre mutante y elástico. Esta afirmación nos trae
aparejado el problema del oyente y con él, la idea de comprensión. Dice este autor que no debe
confundirse comprensión con reconocimiento.
El oyente reconoce formas lingüísticas, las mismas que el hablante utilizó en
tanto formas conocidas incluidas en la norma. En cambio el proceso de
comprensión se vincula con la significación en un contexto dado y concreto.
Esta postura se acerca estrechamente a la que plantea Benveniste y que
expusimos brevemente en los primeros párrafos de este apartado. Ligada a la
comprensión está la respuesta como
elemento inseparable de la comunicación discursiva y que determina que podamos
hablar de comprensión activa, en el
sentido de que “todo enunciado, incluso un enunciado escrito y acabado,
responde a algo y está orientado hacia algún objeto”. Es decir que la
comprensión para que sea activa debe generar una respuesta y conlleva la
necesidad de tomar una posición activa frente a lo que está dicho y
comprendido. El enunciado entonces, “representa tan sólo un eslabón en la
cadena ininterrumpida de las actuaciones discursivas”.[1]
Lingüística Textual y Análisis del Discurso
Consideramos
importantes los aportes de la lingüística textual, cuyo objeto de estudio es la
lengua en uso, su unidad mínima de análisis, el texto, y su propósito, el
análisis de las estrategias que la lengua pone en juego en el discurso. Con la
aparición de la
Lingüística Textual (en adelante, LT) se modifica la manera
de abordar los estudios del lenguaje, ya que el análisis se centra en el texto,
lugar donde se identifican los marcadores discursivos. Dicho de otra manera, la LT , cuyo objeto de estudio es
el texto en función, es decir, en la interacción de un productor y un receptor,
surge como una disciplina capaz de aportar los elementos necesarios para la
comprensión textual, así como también el uso del lenguaje, y la organización de
textos coherentes. En este marco es posible evidenciar las estrategias
discursivas que se ponen en juego en los textos, en la interrelación de niveles
semánticos, sintácticos y pragmáticos
Esta disciplina particular recibe
los aportes de la Teoría de la
Enunciación, cuyas principales características hemos mencionado en el
apartado anterior, de la Gramática
Textual, con su problema de las tipologías y modos de organización de los
textos, de la Pragmática y con ella,
la teoría de los implícitos en la lengua (Anscombre y Ducrot, 1988) y el
estudio del contexto, como así también el concepto de argumentatividad
(Lavandera, 1993); y de la Teoría de los
Actos de Habla (Austin, 1962), a lo que sumamos la Sociología y las relaciones que se infieren entre el enunciador y
el destinatario, determinando roles y marcas de poder / sumisión, en la
interacción de los protagonistas del acto de lenguaje. Se suma también la Teoría de la Relevancia , según la cual el enunciador
produce el máximo impacto con el mínimo de recursos lingüísticos (Sperber y
Wilson, 1986).[1]
En este punto, debemos remitir a
las valiosas investigaciones de Teun van Dijk, cuyos aportes sentaron las bases
del Análisis del Discurso desde esta perspectiva multidisciplinar y condujeron
los estudios del Análisis Crítico del
Discurso. En De la gramática del
texto al Análisis Crítico del Discurso, este autor expone los aspectos más
sobresalientes de su investigación, desde sus comienzos a principios de los 70
con la gramática del texto, hasta alcanzar los estudios más recientes acerca
del Análisis Crítico del Discurso (en adelante, ACD)[1]. Al
inicio de este proceso evolutivo en cuanto al análisis discursivo, Van Dijk
recibe la influencia de la semántica estructural francesa (Greimas). Luego, ha
sido constante su indagación en lingüística textual y los estudios sobre la
coherencia.
No son sin embargo los estudios
sobre la coherencia, lo que más importa
para nuestra investigación, sino sus estudios posteriores, en dos sentidos que
se vinculan, o que al menos pretendemos vincular aquí: por un lado, la relación
con la psicología cognitiva en lo atinente a la comprensión del texto y la
introducción de conceptos como el de “entendimiento estratégico”,
“conocimiento”[2] y “modelo”[3]; por
otro lado, sus trabajos sobre ideología,
los cuales ponen de relieve las representaciones generales y socialmente
compartidas, sumado a una nueva postura según la cual los modelos, y por lo
tanto los discursos que se basan en modelos, también poseen creencias
evaluativas, opiniones sobre los hechos.(Van Dijk, 1995)
Es en la década de los 90 que Van
Dijk extiende sus trabajos hacia un estudio más general del discurso, el poder
y la ideología. Nos referimos entonces, a una dimensión crítica del Análisis
del Discurso, en la cual se presta mayor atención a los problemas sociales, con
la convicción de que el ACD puede y debe participar activamente en los debates
sociales. Se trata de una dimensión que combina discurso y cognición, insertos
en un marco socio-político determinado. En los estudios de este autor
sobresalen temas que se vinculan con las diferentes formas del abuso del poder
en las relaciones de género, étnicas y de clase, como el sexismo y el racismo.
El análisis que se propone busca saber cómo actúa el discurso, cómo expresa
esas temáticas y además, cómo influye en la reproducción de la desigualdad. Tal
como lo planteáramos anteriormente, el ACD es un estudio esencialmente
multidisciplinario que involucra la lingüística, la poética, la semiótica, la
psicología, la sociología, la historia; ésa es la concepción del propio Van
Dijk.
En este punto y desde el enfoque pragmático, merece destacarse un aspecto de la teoría de Ducrot (1994) en cuanto debemos abordar determinadas marcas argumentativas (principalmente el uso de pero) como una estrategia del sujeto de la enunciación que muestra ese lugar de competencias y decisiones. Consideramos entonces, que en el enunciado argumentativo, dos proposiciones que están ligadas por PERO tienen orientaciones argumentativas opuestas. La manera como el Sujeto Agente utiliza los recursos lingüísticos para argumentar, también son resultados de opciones que ha realizado para influir y lograr reconocimiento en el destinatario.
En este punto y desde el enfoque pragmático, merece destacarse un aspecto de la teoría de Ducrot (1994) en cuanto debemos abordar determinadas marcas argumentativas (principalmente el uso de pero) como una estrategia del sujeto de la enunciación que muestra ese lugar de competencias y decisiones. Consideramos entonces, que en el enunciado argumentativo, dos proposiciones que están ligadas por PERO tienen orientaciones argumentativas opuestas. La manera como el Sujeto Agente utiliza los recursos lingüísticos para argumentar, también son resultados de opciones que ha realizado para influir y lograr reconocimiento en el destinatario.
Este autor entiende que pero se presenta con las características
de un pronombre, ya que impone una conclusión en relación con la cual el
locutor asume una posición en el Discurso. Al tratarse de una conclusión
precisa, debe especificarse (como el referente del pronombre) y sólo puede
hacerse en función de la situación de enunciación. Por otro lado, este autor
también postula que pero determina
ciertos efectos en la relación destinador - destinatario. “Decir que una
oración tiene un valor argumentativo es lo mismo que decir que se la presenta
como debiendo inclinar al destinatario hacia tal o cual tipo de conclusión; por
lo tanto, hablar de su valor argumentativo equivale a hablar de la continuación
que se pretende para ella”. (Ducrot, 1994: 168)
Los estudios sobre pragmática argumentativa han sido
desarrollados principalmente por autores franceses, con la finalidad de
comprender el lenguaje desde los argumentos que emplean los hablantes para
influir en el interlocutor. La lengua impone formas que argumentan. Así, la teoría de los implícitos, nos
resulta clave para nuestro estudio. En La
argumentación en la lengua, Anscombre y Ducrot (1998) plantean la
importancia de lo no dicho en la
formulación de los enunciados como así también en la comprensión de los mismos,
desde una perspectiva de estrategia comunicativa. Los implícitos en la lengua
distinguen, por un lado, aquellos que están inscriptos en el enunciado mismo,
las denominadas presuposiciones; por
otro, aquellos que surgen de las inferencias que realiza el alocutario, los sobreentendidos. Estos últimos son
productos de una actividad interpretativa, mientras que las presuposiciones
(también presupuestos) se relacionan
con palabras, lexemas, construcciones, contenidas en el enunciado. Son considerados
dos tipos particulares de efectos de sentido. Al decir de Ducrot, uno actúa
desde el componente lingüístico (presupuesto) y el otro hace intervenir el
componente retórico (sobreentendido). Cuando el enunciado que vehicula los
presupuestos es sometido a una modificación sintáctica como la negación o la
interrogación, sigue manteniendo el contenido de afirmación. “Los presupuestos
de una oración son como una especie de contexto no exterior sino inmanente que
el enunciado acarrea simultáneamente a sus informaciones propiamente dichas”
(Ducrot, 1994: 15).
Mientras que lo que caracteriza al
sobreentendido es que “uno de sus rasgos más salientes es que el enunciado con
sobreentendidos posee un “sentido literal”, del que los sobreentendidos están
excluidos”, el presupuesto pertenece al sentido literal, “se lo presenta como
una evidencia, como un marco incuestionable adonde debe inscribirse
necesariamente la conversación, como un elemento del universo del discurso” (Ducrot,
1994: 34).
Semiótica
y Análisis del Discurso.
Al mencionar los aportes de Bajtín, hicimos referencia al signo ideológico, concepto que difiere sustancialmente de la tradición estructuralista.
En primer lugar, cabe subrayar que esta postura, a la cual adherimos, se
asienta sobre la afirmación de que al hablante no le interesa la identidad de
la forma lingüística, su reconocimiento en tanto señal, sino aquel aspecto
gracias al cual ella se convierte en signo.
Es el signo el que puede ser
comprendido. Este autor entiende que “ni siquiera en las fases iniciales de la
enseñanza de las lenguas existe la señal pura. En estos casos también la forma
está ubicada en un contexto en el que se convierte en un signo, aunque estén
presentes ciertas características de la señal y el momento correspondiente de
su reconocimiento”[1]. Este pensamiento estaría
distinguiendo la lengua materna de la extranjera, en el sentido de que la señal
y el reconocimiento de las formas lingüísticas se perciben claramente en el
aprendizaje de la segunda, no así en la primera, en cuyo caso ya está superado.
El signo refleja o refracta algo que está fuera de él. Sin embargo, claro está
que en la apropiación de una lengua hay una etapa de reconocimiento de la
señal. “La señal y el reconocimiento están dialécticamente desactivados,
absorbidos por la nueva calidad de signo, (...) en la lengua materna”; en tanto
que “en el proceso de asimilación de una lengua extranjera la cualidad de señal
y el reconocimiento todavía se perciben, todavía no están superados, la lengua
no se convierte totalmente en una lengua”.[2] Según
Bajtín “el ideal de la apropiación de una lengua es la absorción de la
señalidad por la signicidad pura, del reconocimiento por la comprensión pura”.[3] En
esta línea, el autor de referencia también considera que “el momento del
reconocimiento de una palabra idéntica desde un principio se combina
dialécticamente y se absorbe por los aspectos de su variabilidad contextual, de
su diferenciación y novedad”.[4] Es
así que la enseñanza debería plantearse en la estructura concreta de un
enunciado, como un signo variable y elástico. (Bajtín, 1981)
El hablante de lengua materna se
enfrenta a la palabra que forma parte de otros enunciados más diversos y donde
el criterio de la corrección se aplica solamente en los casos especiales que
surgen de la enseñanza de la lengua. Como dice Bajtín, “normalmente el criterio
de la corrección lingüística suele absorberse por un criterio puramente
ideológico: la corrección de un enunciado está sumergida en su misma veracidad
o falsedad, en su poeticidad o banalidad, etc”.[5]
Otro punto a señalar en los
aportes de Bajtín es la relación entre la
lengua y su capacidad ideológica.
Así, la palabra se presenta con
un contenido y una significación que le son dados por el contexto ideológico.
En este punto, resulta pertinente introducir un concepto clave en la teoría de
este autor, el de ideología. Dice este autor que el lugar de la ideología está
en el signo, posee una significación en cuanto representa otra cosa en un
proceso de interacción social, donde se constituye la conciencia. “El signo
sólo puede surgir en un territorio
interindividual, territorio que no es “natural” en el sentido directo de
esta palabra”, considerando que la sociedad posee leyes particulares, en tanto
que es “parte de la naturaleza”. Para que surja un medio semiótico, los
individuos deben estar organizados socialmente y es a partir de este “medio
ideológico social” que puede ser explicada la conciencia individual[6]. En
esta línea, la palabra es el material
sígnico de la conciencia; acompaña, necesariamente, a toda creación ideológica
en general, y está presente en todo acto de comprensión y de interpretación.
Si bien al hablante se le da una
forma lingüística es en el contexto de su enunciación que toma sentido y
consecuentemente, en un contexto ideológico dado: la palabra siempre aparece llena de contenido y de una significación
ideológica o pragmática. Y con este concepto también estamos diciendo que
no pronunciamos ni oímos palabras sino las significaciones que éstas adquieren
en una situación extraverbal determinada y que pueden ser valoradas como
importantes o insignificantes, como verdaderas o falsas, entre otras.
Al hablar de
sentido, no nos referimos a la significación que otorga un diccionario, sino al
sentido que la palabra adquiere en el contexto situacional y sólo allí. Patrick
Charaudeau (1982) entiende que el acto de lenguaje no es un acto de
comunicación puesto que no basta con codificar y decodificar. Por el contrario,
la situación particular en la que se produce el enunciado es la que le da
sentido, por lo que son las huellas del discurso las que deben ser enfocadas.
En esta perspectiva relacional,
nos interesa especialmente la puesta en discurso de Charaudeau. Acordamos con
este autor que el acto de lenguaje no es un acto de comunicación en el sentido
tradicional y que define como una puesta en escena de la significación en la
que participan cuatro protagonistas ligados por cierto proyecto de habla.[7]
Charaudeau (1982) expone una serie de afirmaciones que dan
cuenta de lo dicho en el párrafo anterior. Este autor plantea que:
a) La palabra existe en y por el contexto
particular en el que se inscribe. En esta línea, la palabra no tiene un
sentido, sino que contribuye a hacer-sentido en un contexto situacional. El
sentido de una palabra no puede ser satisfecho por un diccionario, ya que son
las circunstancias contextuales las que producen la significación.
b) Los miembros de una comunidad social
comparten prácticas psicosociales que hacen del lenguaje el lugar de
representación de esas prácticas psicosociales.
c) Todo acto de lenguaje es el hecho de un
individuo particular que es a la vez sujeto colectivo y sujeto individual, como
productor o como intérprete. Esto quiere decir que el lenguaje adquiere
existencia a través de los individuos pertenecientes a una comunidad social.
d) El acto de lenguaje posee una dimensión
explícita y una dimensión implícita, sin poder producirse como tal desprovisto
de esta segunda dimensión. Lo implícito es lo que condiciona lo explícito. El
sujeto hablante utiliza una estrategia al decir, por ejemplo, “gracias” con un
tono especial, en lugar de “no me trajiste lo que te pedí”, ya que está
centrando su atención en las consecuencias de ese enunciado, en la intención de
“hacer sentir culpa”, entre otras cosas. Tanto es así, que Charaudeau plantea
que un acto de lenguaje significa siempre algo distinto de lo que significa
explícitamente.
Siguiendo con el planteo de este
autor y reiterando lo dicho en párrafos anteriores, el acto de lenguaje se
define como una puesta en escena de la significación en la que participan
cuatro protagonistas ligados por cierto proyecto de habla. Para aclarar esta
participación de cuatro sujetos, es necesario expresar que el acto de lenguaje
es el resultado de dos actividades, una de producción y otra de interpretación.
Cada una de estas actividades son realizadas por un protagonista diferente: un
sujeto comunicante y un sujeto interpretante. Tanto el uno como el otro se
definen en cuanto son totalidades idiosincráticas, con cierto estatus
psico-social. Durante la actividad de producción, el sujeto comunicante que
Charaudeau denomina YO comunicante, se instituye como tal en tanto posee un
proyecto de habla. Durante la actividad de interpretación, el sujeto
interpretante que Charaudeau denomina TU interpretante, asume cierto estatus en
la relación de intercambio que le es propuesta y que reconoce como tal,
instituyéndose como sujeto interpretante. Pero ni el yo comunicante ni el tú
interpretante son seres de habla, sino que son seres del hacer. El segundo
percibe sólo una parte del sujeto que tiene un proyecto de habla, percibe al
“sujeto hablante”, que no necesariamente enuncia lo que piensa el sujeto
comunicante . En nuestro ejemplo, el sujeto que dijo “gracias”, en cuanto
sujeto comunicante tiene un proyecto de habla que involucra otro enunciado, del
tipo “no me gusta tu actitud”, “lo tendré en cuenta para la próxima vez”, o “no
me importa que no me lo des”, en cuyo caso el sujeto interpretante conoce una
parte de ese proyecto de habla. El lugar de las condiciones de producción y de
interpretación del lenguaje, en donde actúan el yo comunicante y el tú
interpretante como seres actuantes, conforma el circuito externo del
intercambio lingüístico.
De esta manera, y para comprender
el acto de lenguaje, es necesario acceder al circuito interno, en el cual se
ponen en escena los seres de habla. El circuito interno es el lugar del decir.
Entonces, la actividad de producción
es el hecho de dos protagonistas: un sujeto comunicante y un sujeto de habla
que Charaudeau denomina YO enunciador, afectado por cierto estatus lingüístico;
y la actividad de recepción también
es el hecho de dos protagonistas: un sujeto interpretante y un sujeto de habla
que está contenido en la enunciación y que Charaudeau denomina TU destinatario,
afectado por cierto estatus lingüístico.
Es decir que el yo comunicante
construye su proyecto de habla sobre la base de hipótesis sobre su interlocutor
las cuales se plasman en el acto de enunciación como una “imagen ideal” de
destinatario. Este sujeto comunicante busca que haya un reconocimiento por
parte del interpretante, quien deberá identificarse, o no, con el destinatario
construido en la enunciación. Sobre esto último, debemos aclarar que a pesar de
que el sujeto interpretante tiene un margen de maniobra que le permite rechazar
al tu destinatario, está ligado al sujeto comunicante desde el momento en que
reconoce la relación de intercambio que se le propone y la acepta. Entre ambos
se establece una relación (de autoridad / sumisión, por ejemplo) que se vincula
con el estatus psico-social de estos dos protagonistas del circuito externo. De
esta manera, nos encontramos con un contrato socio-lingüístico o contrato de
intercambio que es del orden del hacer.
Los dos circuitos poseen cierta
autonomía ya que proponen contratos de intercambio que corresponden a dos
dominios diferentes (del hacer y del decir). Sin embargo, se articulan
constantemente y se determinan recíprocamente. Para estudiar el acto de
lenguaje es necesario abarcar las dos dimensiones.
Es importante destacar que los
seres del decir están determinados por la manera en que la materia lingüística
es organizada desde los puntos de vista enunciativo, narrativo y argumentativo.
En cualquier enunciado podemos identificar cierto número de marcas formales que
revelan la existencia de aparatos formales que explicitan verbalmente los tres
órdenes de organización mencionados: el aparato formal enunciativo, el aparato
formal narrativo y el aparato formal argumentativo.
Cabe realizar dos aclaraciones:
Cada uno de estos aparatos formales
descansan sobre principios de organización que le son propios. Sin embargo,
El nivel discursivo supone la
intervención de las tres tramas; es decir que un texto que se presenta aparentemente
como una argumentación, reposa también sobre una organización narrativa y
enunciativa, y viceversa.
A los fines de continuar con este recorrido por las Ciencias del Lenguaje y ubicarnos en la perspectiva socio-semiótica que nos interesa, esta entrada se completa en la próxima, denominada precisamente "Representaciones sociales y Semiótica: líneas para la investigación".
[1] BAJTIN (1981)
op.cit. p.99-100.
[2] Ibid. p. 100
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Dice este autor que “La conciencia individual es un hecho
ideológico y social” y “Una definición objetiva de la conciencia sólo puede ser
sociológica”. Ibid. p.35-36.
[7] Para ampliar este tema:
GUIÑAZÚ, L (2005) pág.23-27
[1] VAN DIJK, Teun (1995) De la gramática del texto al análisis crítico del discurso.
Universidad de Amsterdam
[2] La noción de conocimiento que trabaja este autor tiene
que ver con un punto de vista de “conocimiento socio-cultural acerca del
mundo”, necesario para construir macroestructuras y consecuentemente,
comprender un texto. Podríamos acercar este concepto a las nociones bajtinianas
de “comprensión activa” y “respuesta”, expuestas párrafos más arriba.
[3] Según la noción de “modelo”, los usuarios del
lenguaje, además de la representación del texto en su memoria episódica,
construye una representación del hecho o acontecimiento al cual se refiere el
texto. En este enfoque, los usuarios del lenguaje construyen un modelo mental
para cada texto con el que se enfrentan, a la vez que es ese modelo el punto de
partida para producir luego un texto. Se trata entonces de modelos subjetivos,
unidos al contexto actual del entendimiento. Así también, construyen modelos
del hecho comunicativo en el cual participan, los “modelos del contexto”, los
cuales tienen que ver con representaciones subjetivas de sí mismo, de los otros
participantes del acto comunicativo (incluidas relaciones interpersonales,
propósitos, etc.) y del contexto.
[1] Ver GUIÑAZÚ, L. (2005) op.cit, “Hacia el Análisis
Crítico del Discurso”pág.96-109
[1] BARRY, Alpha Ousmane.
“Les bases théoriques en analyse du discours”, disponible en Internet: www.chaire-med.ca.
[2] GUESPIN, L., citado por Barry. Ibid.
[3] FUCH C., citado por Barry. Ibid.
[1] BARTHES, Roland (1987). El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y de la escritura. Buenos Aires :
Paidós. p 205-210.
[1] BENVENISTE, E.
(1974) Problemas de Lingüística General.
México: Siglo XXI. Tomo 1, Cap.XIII,
XIV y XV. Tomo 2, Cap. V.
[2] DUCROT, Oswald. (1994) “La enunciación”, en El decir y lo dicho. Buenos Aires:
Edicial.
[3] Benveniste, op.cit. Tomo II, p. 83-84
[4] Ibid. Tomo I, p. 180
[5] Ibid. Tomo I, p.
183.
[1] SAUSSURE, op. cit. p.85
[2] CHOMSKY, Noam. (1989) El conocimiento del lenguaje. Su naturaleza, origen y uso. Madrid:
Alianza. p. 27
[1] HJELMSLEV, Luis. (1971) Prolegómenos a una Teoría del Lenguaje. Biblioteca Románica
Hispánica. Madrid: Gredos. Cap. XIII, p. 89.
[2] Ibid. p.75
[1] MARTINET, A. (1965) Elementos
de Lingüística General. Madrid: Gredos.p.21
[2] Ibid. p.27
[3] Ibid.p.22
[1] Ibid. p. 152.
[1] Ver SAUSSURE, F. de (1998) ibid.
[1] Ibid. p.151
[1] SAUSSURE, Ferdinand de (1998). Curso de Lingüística General, 7ª ed.(1ª.ed.1987).
Madrid: Alianza. p.23.
[1] Adaptación de una parte del Capítulo II de la Tesis de
Maestría: GUIÑAZÚ, L. (2006) Las representaciones
de los docentes de lenguas (materna y extranjera) acerca del uso de las
tecnologías de la información y la comunicación en el aula. Estudio semiótico
de casos. En el marco de la Maestría en Enseñanza de la Lengua y la
Literatura, UNRosario.
[2] Ver GUIÑAZÚ,
L (2005) Introducción a la(s)
Semiótica(s). Nociones básicas y estrategias de aplicación. Río Cuarto:
UNRC

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