jueves, 11 de abril de 2013

Semiótica y Ciencias del Lenguaje


Del estructuralismo al análisis del discurso[1]



Este escrito tiene como finalidad ubicar a la Semiótica como disciplina dentro del campo de las Ciencias del Lenguaje para que el alumno pueda discernir competencias en cada una de ellas y así construir el objeto de estudio de la Semiótica, como disciplina teórica y como metodología para la investigación de los discursos sociales. Es por ello que, a través de un recorrido por las bases teóricas donde se asientan las Ciencias del Lenguaje, rescataremos los aportes que contribuyen a desarrollar el conocimiento semiótico.[2]  

Iniciar un estudio en el campo de las ciencias del lenguaje implica necesariamente conocer las bases que dieron lugar a la lingüística. Y si de ello se trata, no podemos dejar de mencionar al motor que ha guiado cualquier investigación en esta área, plasmado en el Cours de linguistique générale, y que con el nombre del autor Ferdinand de Saussure llega a nosotros. A partir de ahí, investigadores de distintas áreas del conocimiento se han ocupado de plantear sus diferencias y elaborar teorías divergentes algunas y otras no tanto. Sin embargo, e indudablemente, nadie ha podido obviar las bases del estructuralismo, las cuales expondré aquí sintéticamente para dar comienzo a un recorrido por el campo de las ciencias del lenguaje. Recorrido que alcanzará las propuestas de la lingüística textual para arribar finalmente, al análisis del discurso y con éste, a un enfoque socio-semiótico.





Lingüística y Estructuralismo

El concepto que da origen al estructuralismo como propuesta metodológica y sienta las bases de una línea de investigación, el concepto de estructura, se define tantas veces como teóricos han tratado de definirlo. Aparece en la primera mitad de la década del 60 en Europa, más precisamente en París. La raíz latina structura (del término struere, que significa “construir”) nos da ya indicios acerca de que el estructuralismo es un método de conocimiento que contribuye a la construcción del objeto como un todo, como una unidad que impone un orden establecido en el que cada parte se complementa.
El estructuralismo busca dilucidar y explicar la realidad, la cual se presenta ante el sujeto como una totalidad a ser identificada en sus partes constitutivas y cuyo ordenamiento se encuentra dentro de los mismos objetos. En el ámbito que nos ocupa, es Ferdinand de Saussure quien da origen a una concepción estructuralista del lenguaje y funda las bases de la lingüística como disciplina científica. Este autor distingue el objeto de la lingüística “integral y concreto” y entiende que, al no ofrecerse este objeto en su integridad “hay que colocarse desde el primer momento en el terreno de la lengua y tomarla como norma de todas las otras manifestaciones del lenguaje”[1]. He aquí la clave de nuestro estudio: la lengua.

¿Qué es la lengua para Ferdinand de Saussure? Es una totalidad, un sistema de signos que expresan ideas. Y hablar de sistema es hablar de estructura, de un conjunto de elementos relacionados entre sí y organizados de manera tal que si se modifica alguna de sus partes, se modifica el conjunto. En este sistema de signos, lo esencial es la unión del sentido y de la forma, lo que nos lleva al concepto que orientará nuestra metodología de trabajo: el signo.

No es posible hablar de Saussure y no hablar del signo lingüístico, clave para el abordaje de las Ciencias del Lenguaje, clave también pues da origen a posteriores corrientes de investigación en este campo y a los primeros estudios semiológicos. El concepto de signo caracteriza a la lengua como estructura y se define como una entidad psíquica de dos caras que combina un concepto y una imagen acústica, denominados significado y significante; es el anverso y el reverso de una única unidad, indisoluble. Estos dos elementos son solidarios, se reclaman recíprocamente. “Aunque el significante y el significado, tomado cada uno aparte, sean puramente negativos y diferenciales, su combinación es un hecho positivo”[1]. Esto explica de alguna manera la idea de que en la lengua sólo hay diferencias, lo que implica términos negativos y nos acerca a otra noción esencial en la teoría saussureana: el valor. El valor del signo es lo que no son los otros signos contiguos a él en el sistema.

Esta unidad mínima genera una serie de dualidades que se relacionan permanentemente: mutabilidad e inmutabilidad, lingüística estática y lingüística evolutiva, ley sincrónica y ley diacrónica, relaciones sintagmáticas y relaciones paradigmáticas, lingüística interna y lingüística externa o retrospectiva y prospectiva, lengua y habla. Todo ello enmarcado por el principio de la arbitrariedad, a nuestro juicio el principal ya que es la base sobre la cual las demás nociones fundan su existencia, el cual establece que el lazo que une significante y significado (en adelante, Se y So) es arbitrario, es inmotivado. El Se es arbitrario con relación al So, con el cual no guarda en la realidad ningún lazo natural. Saussure lo diferencia del símbolo, en el cual sí existiría un vínculo natural entre el significante y el significado, y da como ejemplo la balanza. Este principio va acompañado por otro, el principio de la linealidad, según el cual el Se, por ser de naturaleza auditiva, se desenvuelve en el tiempo únicamente y tiene los caracteres que toma del tiempo (representa una extensión, esa extensión es mensurable en una sola dimensión); es una línea. Completan los principios del signo la inmutabilidad y la mutabilidad. Si acordamos que la lengua es un producto heredado de generaciones precedentes, hay que tomarla tal cual es, es inmutable. La reflexión no interviene en la práctica de un idioma; los sujetos son en gran medida, inconscientes de las leyes de la lengua. El tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, tiene otro efecto, en apariencia contradictorio, el de alterar más o menos rápidamente los signos lingüísticos. Esta alteración siempre conduce a un desplazamiento de la relación entre el So y Se, entonces decimos que es mutable.[1]

Siguiendo esta mirada relacional, en términos de Saussure, “en un estado de lengua todo se basa en relaciones”[1], expondremos someramente las relaciones entre los signos, desde dos ámbitos: en el discurso y fuera del discurso. Dicho de otra manera, la perspectiva saussureana postula que el objeto de estudio se construye teniendo en cuenta sus relaciones sintagmáticas, es decir vinculadas sobre un eje horizontal que se funda en el carácter lineal del significante, y sus relaciones paradigmáticas, llamadas también asociativas y que pueden representarse sobre un eje vertical. “La conexión sintagmática es in praesentia, se apoya en dos o más términos igualmente presentes en una serie efectiva. Por el contrario, la conexión asociativa une términos in absentia en una serie mnemónica virtual”[2]. Para conocer mejor la naturaleza de cada término es necesario entender cómo se relaciona con los demás términos dentro del sistema, en sus relaciones sintagmáticas y paradigmáticas.

Ahora bien, cada signo dentro del sistema de la lengua se encuentra formando parte de un conjunto que los identifica. El primer paso para un estudio del lenguaje desde esta mirada estructuralista, es construir el objeto, ya que es el punto de vista que adoptará el lingüista lo que lo creará. La composición interna del signo lingüístico estará determinada por leyes que ligan las partes de manera tal que al modificar una de ellas, se estaría modificando el todo. “Cuando se comparan los signos entre sí (...) ya no se puede hablar de diferencia (...) sólo son distintos. (...) Aplicado a la unidad, el principio de diferenciación se puede formular así: los caracteres de la unidad se confunden con la unidad misma. En la lengua, como en todo sistema semiológico, lo que distingue a un signo es todo lo que lo constituye”[1]. Dicho de otra manera, el estudio del lenguaje se rige por leyes internas del sistema, explícitas en la estructura.

La lengua es concebida entonces como estructura, como sistema. Pero como se sabe, también podemos abordarla como función: ¿qué función se le atribuye al lenguaje en general?, podría ser un interrogante a responder buscando los fundamentos en las teorías que se desprenden de la de Saussure. Algunos autores consideran que lo esencial en el lenguaje es la expresión, aunque no podríamos pretender que sea ésa la única función del lenguaje. Otros, creen que la lengua cumple un rol de soporte al pensamiento, en razón de lo cual cabría preguntarse si es el lenguaje anterior o posterior al pensamiento. 


Sin pretender profundizar estos temas, en lo que a este trabajo interesa, rescatamos aquellos teóricos que dan origen a la llamada Semiología de la Comunicación de los años 60 y que conciben a la lengua como un instrumento para comunicar. Este postulado se entiende a partir de una concepción tradicional, según la cual la prioridad en el lenguaje humano está en la oralidad, comparada con una institución humana, en el sentido de que surge de la vida en sociedad (Martinet, 1965).

La lengua es función y es sistema. Sistema que se compone de signos, los cuales tienen también una función determinada. Según Martinet, la principal función del lenguaje es la de comunicar, a partir de un principio de economía según el cual se obtiene de la lengua un instrumento para comunicar, utilizando un reducido número de elementos que se combinan según determinadas reglas. En esta línea, recordamos la noción de doble articulación: “La primera articulación es la manera según la cual se dispone la experiencia común a todos los miembros de una comunidad lingüística determinada”[1]. Esta postura considera que no es posible comunicar toda una experiencia personal, por más simple que parezca, a través de una unidad sígnica. Por ello, la lengua está dotada de una función que articula unidades mínimas de sentido en un enunciado que se manifiesta en la cadena hablada y que relacionamos con el carácter lineal del significante. Es la disposición de estas unidades llamadas monemas lo que da organicidad al enunciado. El monema, al igual que el signo, posee significado y significante y no puede subdividirse en otros signos. Además, por el antes mencionado principio de economía, son innumerables las combinaciones a partir de un número determinado de monemas. Y si consideramos que “la lista de los monemas de una lengua es, en efecto, una lista abierta”[2] y que permanentemente nacen otros nuevos, de acuerdo a necesidades comunicativas, no seríamos capaces de poner un límite a las posibilidades de los enunciados. La segunda articulación corresponde a la forma vocal que sí puede analizarse en una sucesión de unidades, llamadas fonemas. Éstos se solidarizan para formar los monemas y de esa manera contribuir al funcionamiento de la lengua. Esta segunda articulación también opera por el principio de economía, ya que “gracias a ella” las lenguas pueden limitarse a algunas decenas de producciones fónicas distintas que se combinan para obtener la forma vocálica de las unidades de la primera articulación”[3]. A diferencia de la primera articulación, la lista de fonemas de una lengua es cerrada.

Siguiendo la línea estructuralista, consideramos valiosos los aportes de Hjelmslev (1971), lingüista danés, principalmente en lo que respecta a la función signo. Este autor retoma de Saussure, la distinción entre el sistema y la actualización de ese sistema y lo redefine como proceso; parte también de la noción de que “la lengua es una forma y no una sustancia”. En este sentido, habría dos planos o entidades, contenido y expresión, comparables al significado y significante saussureanos. Cada uno de estos planos pueden dividirse, conceptualmente, en lo que Hjelmslev llamó materia (todo lo pensable, en el plano del contenido, y todo lo decible, en el plano de la expresión), forma (lo que se imprime de determinada manera en la materia, determinada precisamente por la lengua) y la sustancia (resultado de esta impresión). Ambas sustancias son los funtivos cuya relación, de solidaridad, establece la función signo. Dice este autor que las entidades denominadas expresión y contenido “se definen sólo por su solidaridad mutua y ninguna de ellas puede identificarse de otro modo. Cada una de ellas se define por oposición y por su relación, como funtivos mutuamente opuestos de una misma función”[1]. Decir que los funtivos se definen por su solidaridad, es decir que no pueden concebirse aislados del sistema del cual forman parte, sin hacer referencia a la relación que se establece entre ambos, se presuponen necesariamente: “una expresión sólo es expresión en virtud de que es expresión de un contenido y un contenido sólo es contenido en virtud de que es contenido de una expresión”[2]. Cada funtivo se define por sus conexiones y mínimas diferencias con los otros funtivos dentro del sistema de la lengua, con lo cual podríamos estar hablando de la noción de valor saussureana.



Desde esta perspectiva, la noción de lengua, organizada en estos dos planos (expresión y contenido) se traduce en la forma que se imprime de determinada manera en la materia para dar como resultado una sustancia. El punto de vista de Hjelmslev entonces, postula que un signo es una relación entre significado y significante, como dos funtivos que se presuponen necesariamente y donde cada uno se define por sus conexiones y mínimas diferencias con los otros funtivos dentro del sistema. La diferencia es lo que hace la unidad del signo. Así, en términos de Hjelmslev, signo es la unidad que consta de forma de contenido y forma de expresión y que es establecida por la solidaridad que hemos llamado la función del signo.

No podemos dejar de mencionar la obra de Chomsky (1989) y la distinción que este autor establece entre lo que denominó conocimiento y habilidad, cuyos conceptos podrían entenderse someramente como la lengua y el habla de Saussure y es por eso que intentaremos relacionarlos en los párrafos siguientes.

El lenguaje, tal como lo entendía Saussure, es multiforme y heteróclito, comprende aspectos físicos, fisiológicos y psíquicos, tiene un lado individual y un lado social. La lengua es la parte social que existe en virtud de un contrato entre los miembros de una comunidad. Es cosa adquirida y convencional, diferente del lenguaje que se fundamenta en una facultad natural del hombre. El habla es la parte individual, en términos de Saussure, un acto individual de voluntad y de inteligencia. Los sujetos de una misma comunidad “hacen uso” de la lengua a través del habla, en una actividad que puede ser explicada a partir de la linealidad del signo lingüístico. La lengua es un tesoro depositado por la práctica del habla en los sujetos que pertenecen a una misma comunidad.[1]
           
El conocimiento se define como un cierto estado de la mente/cerebro, un elemento relativamente estable en los estados mentales transitorios[2]. Antiguamente, se creía que el conocimiento del lenguaje consistía en poseer cierta habilidad para hablar y comprender. Sin embargo, a partir de las investigaciones de Chomsky, se establece una clara diferencia entre las nociones de conocimiento y de habilidad. Esta última, se refiere al uso de ese conocimiento. Los sujetos pueden diferenciarse precisamente, por hacer usos diferentes de un mismo conocimiento; es decir que pueden poseer mayor o menor habilidad para poner en la práctica concreta del habla aquellos conocimientos que se depositan en la mente de cada uno de ellos.

Si bien la lingüística estructuralista no agota aquí sus nociones, hemos querido dar elementos teóricos básicos que nos permitan comprender el funcionamiento del discurso, desde su estructura interna, conocimiento indispensable a nuestro entender, para abordar una perspectiva de análisis que sobrepase el plano de la lengua. Asimismo, es menester recordar que cualquier estudio y aplicación de teorías semióticas se asienta sobre las bases de estos conceptos.

Lingüística y Enunciación



Las investigaciones de Emile Benveniste[1] sobre el lenguaje, en especial sobre la enunciación, marcan una ruptura en relación con las conceptualizaciones estructuralistas.

En términos generales, Saussure distingue un campo observable, el habla, y un campo teórico, la lengua, el sistema. En cuanto al objeto de estudio de la lingüística, la lengua, consiste en un código que no incluye el uso. A partir de los postulados de Benveniste, si bien se sigue realizando la distinción entre la lengua como objeto teórico y las prácticas del lenguaje, ambas se vinculan de manera tal que, al hacer uso de las formas gramaticales y la norma en general, se instaura la relación entre los interlocutores. Si bien la lengua sigue siendo un código, éste es considerado como un repertorio de comportamientos sociales.[2]



Por un lado, Benveniste introduce en la lingüística un nuevo concepto, el de enunciación, diferente, aunque comparable con el habla de Saussure. Éste propone como objeto de la lingüística, el estudio de la lengua, dimensión social del lenguaje, única capaz de ser descripta y analizada en sus elementos constitutivos. Benveniste postula en cambio, la lengua en uso, y elabora el concepto de enunciación, entendido como la puesta en funcionamiento de la lengua por un acto individual de utilización, movilizado por un sujeto – locutor que toma posesión de aquella. Esta idea contiene implícita la importancia de las circunstancias en las cuales son producidos tales actos. La enunciación supone la conversión individual de la lengua en discurso, dice este autor[3]. Mientras para el estructuralismo un estudio lingüístico supone un análisis inmanente de las formas, de las estructuras, para Benveniste, la lengua como forma no existe antes de la instancia de enunciación y pone de relieve el discurso que emana de un locutor, que prevé un oyente y como consecuencia de ello, determina otra enunciación como respuesta. Aquí se considera también, además del discurso en sí, la situación donde se actualiza.



Por otro lado, el estructuralismo no se ocupa del sujeto que interviene en el acto de lenguaje. Las investigaciones de Benveniste dan cuenta precisamente de la subjetividad, es decir la capacidad del locutor de plantearse como “sujeto”[4]. En este marco, se pone de relieve el yo locutor que se presenta como sujeto de la enunciación, a la vez que remite a sí mismo y a un destinatario, reversible en una situación dialéctica. Este yo, se refiere a un acto de discurso individual en el que el yo es pronunciado y se designa como locutor; y cuya referencia es la instancia misma del discurso. Benveniste postula además, que el fundamento de la subjetividad está en el ejercicio de la lengua[5].

Tanto la noción de enunciación como la de subjetividad, enriquecen los estudios lingüísticos del momento y sientan las bases para futuras investigaciones. La importancia radica en dar cuenta de lo exterior al signo lingüístico y destacar el entrecruzamiento lenguaje-sociedad, en donde no existen sujetos sino interlocutores en instancia de discurso. De este modo, nos estamos introduciendo poco a poco en la dimensión discursiva del lenguaje.

Otra contribución importante en esta línea es la de Roland Barthes (1987)[1], quien entiende que Benveniste fundamenta lingüísticamente la identidad del sujeto y de su lenguaje, en el sentido de que es a través del lenguaje, de sus formas (la persona, por ejemplo) plasmadas en el discurso que el sujeto adquiere identidad (el Ego) y se instituye como yo-locutor. Benveniste no deja de investigar la estructura del lenguaje; lo novedoso reside en que además, capta lo exterior a ella y en esta extensión significativa, consigue sentar las bases para una verdadera ciencia de la cultura, cuyo motor principal es precisamente el lenguaje. El sujeto – locutor es el centro y adquiere su identidad en las categorías de la lengua que se revelan en su discurso.

Otro aporte importante para nuestro estudio, es el de Michail Bajtín, por sus trabajos críticos acerca de las teorías provenientes del objetivismo abstracto (derivadas de Saussure) y del subjetivismo individualista (con base en la Psicología), así como también sus escritos sobre enunciado y enunciación, el concepto de signo ideológico, de dialogismo, de heterología y su postura acerca de la palabra. En los próximos párrafos, nos ocuparemos de exponer los fundamentos que nos interesan especialmente en este apartado y reservaremos para más adelante los aspectos que corresponden al discurso, en cuyo caso también nos referiremos al signo.
Para que se produzca un fenómeno del lenguaje es necesario que los aspectos físicos, fisiológicos y psicológicos se encuentren insertos en un conjunto mayor, abarcativo y complejo que Bajtín denomina la esfera global de la comunicación social organizada. No basta con la existencia de dos organismos biológicos (aspecto fisiológico) que interiormente poseen experiencias personales (aspecto psicológico) en un proceso de producción y de percepción de sonidos (aspecto físico). Es indispensable pues que hablante y oyente formen parte de una organización social y consecuentemente pertenezcan a un mismo colectivo lingüístico. Dicho de otra manera, es necesario el acontecimiento social de la comunicación, hecho extraordinariamente complejo.

Nos ocuparemos entonces, de sintetizar los postulados de Bajtín que nos conducen al concepto de enunciación que estamos tratando.
En primer lugar, recordamos la postura de Saussure cuando presenta la lengua como un sistema de formas normativamente idénticas. Bajtín entiende que al hablante no le importa la forma lingüística como una señal estable y siempre igual a sí misma, sino como un signo siempre mutante y elástico. Esta afirmación nos trae aparejado el problema del oyente y con él, la idea de comprensión. Dice este autor que no debe confundirse comprensión con reconocimiento. El oyente reconoce formas lingüísticas, las mismas que el hablante utilizó en tanto formas conocidas incluidas en la norma. En cambio el proceso de comprensión se vincula con la significación en un contexto dado y concreto. Esta postura se acerca estrechamente a la que plantea Benveniste y que expusimos brevemente en los primeros párrafos de este apartado. Ligada a la comprensión está la respuesta como elemento inseparable de la comunicación discursiva y que determina que podamos hablar de comprensión activa, en el sentido de que “todo enunciado, incluso un enunciado escrito y acabado, responde a algo y está orientado hacia algún objeto”. Es decir que la comprensión para que sea activa debe generar una respuesta y conlleva la necesidad de tomar una posición activa frente a lo que está dicho y comprendido. El enunciado entonces, “representa tan sólo un eslabón en la cadena ininterrumpida de las actuaciones discursivas”.[1]


Lingüística Textual y Análisis del Discurso


Consideramos importantes los aportes de la lingüística textual, cuyo objeto de estudio es la lengua en uso, su unidad mínima de análisis, el texto, y su propósito, el análisis de las estrategias que la lengua pone en juego en el discurso. Con la aparición de la Lingüística Textual (en adelante, LT) se modifica la manera de abordar los estudios del lenguaje, ya que el análisis se centra en el texto, lugar donde se identifican los marcadores discursivos. Dicho de otra manera, la LT, cuyo objeto de estudio es el texto en función, es decir, en la interacción de un productor y un receptor, surge como una disciplina capaz de aportar los elementos necesarios para la comprensión textual, así como también el uso del lenguaje, y la organización de textos coherentes. En este marco es posible evidenciar las estrategias discursivas que se ponen en juego en los textos, en la interrelación de niveles semánticos, sintácticos y pragmáticos



Es a partir de los comienzos de la década del 60 que comienza a constituirse un campo de investigación cuyo objeto es el discurso, en el marco de las ciencias del lenguaje. Si bien es considerado de dominio autónomo, el análisis del discurso conlleva una relación con la lingüística que se complejiza a medida que evolucionan los estudios. Son variados los enfoques y teorías que convergen en el análisis del discurso[1]. La noción misma de discurso es el centro de atención de numerosas investigaciones desde donde surgen variadas acepciones y concepciones que se relacionan con un enfoque específico. En virtud de esto último, consideramos necesario trabajar el concepto de discurso desde la perspectiva semiótica que nos ocupa. Estamos considerando al discurso como un enunciado considerado desde el punto de vista del mecanismo discursivo que lo condiciona (en oposición a la noción de enunciado como una secuencia de frases)[2].  En este sentido, es importante rescatar la idea de conjunto de enunciados de dimensión variable, producidos a partir de una posición social o ideológica, lo cual puede ser homologado al concepto de texto: objeto concreto, producido en una situación determinada bajo el efecto de una red compleja de determinaciones extralingüísticas (sociales, ideológicas).[3] 




Esta disciplina particular recibe los aportes de la Teoría de la Enunciación, cuyas principales características hemos mencionado en el apartado anterior, de la Gramática Textual, con su problema de las tipologías y modos de organización de los textos, de la Pragmática y con ella, la teoría de los implícitos en la lengua (Anscombre y Ducrot, 1988) y el estudio del contexto, como así también el concepto de argumentatividad (Lavandera, 1993); y de la Teoría de los Actos de Habla (Austin, 1962), a lo que sumamos la Sociología y las relaciones que se infieren entre el enunciador y el destinatario, determinando roles y marcas de poder / sumisión, en la interacción de los protagonistas del acto de lenguaje. Se suma también la Teoría de la Relevancia, según la cual el enunciador produce el máximo impacto con el mínimo de recursos lingüísticos (Sperber y Wilson, 1986).[1]



En este punto, debemos remitir a las valiosas investigaciones de Teun van Dijk, cuyos aportes sentaron las bases del Análisis del Discurso desde esta perspectiva multidisciplinar y condujeron los estudios del Análisis Crítico del Discurso. En De la gramática del texto al Análisis Crítico del Discurso, este autor expone los aspectos más sobresalientes de su investigación, desde sus comienzos a principios de los 70 con la gramática del texto, hasta alcanzar los estudios más recientes acerca del Análisis Crítico del Discurso (en adelante, ACD)[1]. Al inicio de este proceso evolutivo en cuanto al análisis discursivo, Van Dijk recibe la influencia de la semántica estructural francesa (Greimas). Luego, ha sido constante su indagación en lingüística textual y los estudios sobre la coherencia.

No son sin embargo los estudios sobre la coherencia, lo que más importa para nuestra investigación, sino sus estudios posteriores, en dos sentidos que se vinculan, o que al menos pretendemos vincular aquí: por un lado, la relación con la psicología cognitiva en lo atinente a la comprensión del texto y la introducción de conceptos como el de “entendimiento estratégico”, “conocimiento”[2] y “modelo”[3]; por otro lado, sus trabajos sobre ideología, los cuales ponen de relieve las representaciones generales y socialmente compartidas, sumado a una nueva postura según la cual los modelos, y por lo tanto los discursos que se basan en modelos, también poseen creencias evaluativas, opiniones sobre los hechos.(Van Dijk, 1995)

Es en la década de los 90 que Van Dijk extiende sus trabajos hacia un estudio más general del discurso, el poder y la ideología. Nos referimos entonces, a una dimensión crítica del Análisis del Discurso, en la cual se presta mayor atención a los problemas sociales, con la convicción de que el ACD puede y debe participar activamente en los debates sociales. Se trata de una dimensión que combina discurso y cognición, insertos en un marco socio-político determinado. En los estudios de este autor sobresalen temas que se vinculan con las diferentes formas del abuso del poder en las relaciones de género, étnicas y de clase, como el sexismo y el racismo. El análisis que se propone busca saber cómo actúa el discurso, cómo expresa esas temáticas y además, cómo influye en la reproducción de la desigualdad. Tal como lo planteáramos anteriormente, el ACD es un estudio esencialmente multidisciplinario que involucra la lingüística, la poética, la semiótica, la psicología, la sociología, la historia; ésa es la concepción del propio Van Dijk.

En este punto y desde el enfoque pragmático, merece destacarse un aspecto de la teoría de Ducrot (1994) en cuanto debemos abordar determinadas marcas argumentativas (principalmente el uso de pero) como una estrategia del sujeto de la enunciación que muestra ese lugar de competencias y decisiones. Consideramos entonces, que en el enunciado argumentativo, dos proposiciones que están ligadas por PERO tienen orientaciones argumentativas opuestas. La manera como el Sujeto Agente utiliza los recursos lingüísticos para argumentar, también son resultados de opciones que ha realizado para influir y lograr reconocimiento en el destinatario.


           
Este autor entiende que pero se presenta con las características de un pronombre, ya que impone una conclusión en relación con la cual el locutor asume una posición en el Discurso. Al tratarse de una conclusión precisa, debe especificarse (como el referente del pronombre) y sólo puede hacerse en función de la situación de enunciación. Por otro lado, este autor también postula que pero determina ciertos efectos en la relación destinador - destinatario. “Decir que una oración tiene un valor argumentativo es lo mismo que decir que se la presenta como debiendo inclinar al destinatario hacia tal o cual tipo de conclusión; por lo tanto, hablar de su valor argumentativo equivale a hablar de la continuación que se pretende para ella”. (Ducrot, 1994: 168)


Los estudios sobre pragmática argumentativa han sido desarrollados principalmente por autores franceses, con la finalidad de comprender el lenguaje desde los argumentos que emplean los hablantes para influir en el interlocutor. La lengua impone formas que argumentan. Así, la teoría de los implícitos, nos resulta clave para nuestro estudio. En La argumentación en la lengua, Anscombre y Ducrot (1998) plantean la importancia de lo no dicho en la formulación de los enunciados como así también en la comprensión de los mismos, desde una perspectiva de estrategia comunicativa. Los implícitos en la lengua distinguen, por un lado, aquellos que están inscriptos en el enunciado mismo, las denominadas presuposiciones; por otro, aquellos que surgen de las inferencias que realiza el alocutario, los sobreentendidos. Estos últimos son productos de una actividad interpretativa, mientras que las presuposiciones (también presupuestos) se relacionan con palabras, lexemas, construcciones, contenidas en el enunciado. Son considerados dos tipos particulares de efectos de sentido. Al decir de Ducrot, uno actúa desde el componente lingüístico (presupuesto) y el otro hace intervenir el componente retórico (sobreentendido). Cuando el enunciado que vehicula los presupuestos es sometido a una modificación sintáctica como la negación o la interrogación, sigue manteniendo el contenido de afirmación. “Los presupuestos de una oración son como una especie de contexto no exterior sino inmanente que el enunciado acarrea simultáneamente a sus informaciones propiamente dichas” (Ducrot, 1994: 15).

Mientras que lo que caracteriza al sobreentendido es que “uno de sus rasgos más salientes es que el enunciado con sobreentendidos posee un “sentido literal”, del que los sobreentendidos están excluidos”, el presupuesto pertenece al sentido literal, “se lo presenta como una evidencia, como un marco incuestionable adonde debe inscribirse necesariamente la conversación, como un elemento del universo del discurso” (Ducrot, 1994: 34).

Semiótica y Análisis del Discurso.

Al mencionar los aportes de Bajtín, hicimos referencia al signo ideológico, concepto que difiere sustancialmente de la tradición estructuralista. En primer lugar, cabe subrayar que esta postura, a la cual adherimos, se asienta sobre la afirmación de que al hablante no le interesa la identidad de la forma lingüística, su reconocimiento en tanto señal, sino aquel aspecto gracias al cual ella se convierte en signo. Es el signo el que puede ser comprendido. Este autor entiende que “ni siquiera en las fases iniciales de la enseñanza de las lenguas existe la señal pura. En estos casos también la forma está ubicada en un contexto en el que se convierte en un signo, aunque estén presentes ciertas características de la señal y el momento correspondiente de su reconocimiento”[1]. Este pensamiento estaría distinguiendo la lengua materna de la extranjera, en el sentido de que la señal y el reconocimiento de las formas lingüísticas se perciben claramente en el aprendizaje de la segunda, no así en la primera, en cuyo caso ya está superado. El signo refleja o refracta algo que está fuera de él. Sin embargo, claro está que en la apropiación de una lengua hay una etapa de reconocimiento de la señal. “La señal y el reconocimiento están dialécticamente desactivados, absorbidos por la nueva calidad de signo, (...) en la lengua materna”; en tanto que “en el proceso de asimilación de una lengua extranjera la cualidad de señal y el reconocimiento todavía se perciben, todavía no están superados, la lengua no se convierte totalmente en una lengua”.[2] Según Bajtín “el ideal de la apropiación de una lengua es la absorción de la señalidad por la signicidad pura, del reconocimiento por la comprensión pura”.[3] En esta línea, el autor de referencia también considera que “el momento del reconocimiento de una palabra idéntica desde un principio se combina dialécticamente y se absorbe por los aspectos de su variabilidad contextual, de su diferenciación y novedad”.[4] Es así que la enseñanza debería plantearse en la estructura concreta de un enunciado, como un signo variable y elástico. (Bajtín, 1981)

 

El hablante de lengua materna se enfrenta a la palabra que forma parte de otros enunciados más diversos y donde el criterio de la corrección se aplica solamente en los casos especiales que surgen de la enseñanza de la lengua. Como dice Bajtín, “normalmente el criterio de la corrección lingüística suele absorberse por un criterio puramente ideológico: la corrección de un enunciado está sumergida en su misma veracidad o falsedad, en su poeticidad o banalidad, etc”.[5]


Otro punto a señalar en los aportes de Bajtín es la relación entre la lengua y su capacidad ideológica.
Así, la palabra se presenta con un contenido y una significación que le son dados por el contexto ideológico. En este punto, resulta pertinente introducir un concepto clave en la teoría de este autor, el de ideología. Dice este autor que el lugar de la ideología está en el signo, posee una significación en cuanto representa otra cosa en un proceso de interacción social, donde se constituye la conciencia. “El signo sólo puede surgir en un territorio interindividual, territorio que no es “natural” en el sentido directo de esta palabra”, considerando que la sociedad posee leyes particulares, en tanto que es “parte de la naturaleza”. Para que surja un medio semiótico, los individuos deben estar organizados socialmente y es a partir de este “medio ideológico social” que puede ser explicada la conciencia individual[6]. En esta línea, la palabra es el material sígnico de la conciencia; acompaña, necesariamente, a toda creación ideológica en general, y está presente en todo acto de comprensión y de interpretación.
Si bien al hablante se le da una forma lingüística es en el contexto de su enunciación que toma sentido y consecuentemente, en un contexto ideológico dado: la palabra siempre aparece llena de contenido y de una significación ideológica o pragmática. Y con este concepto también estamos diciendo que no pronunciamos ni oímos palabras sino las significaciones que éstas adquieren en una situación extraverbal determinada y que pueden ser valoradas como importantes o insignificantes, como verdaderas o falsas, entre otras.

Al hablar de sentido, no nos referimos a la significación que otorga un diccionario, sino al sentido que la palabra adquiere en el contexto situacional y sólo allí. Patrick Charaudeau (1982) entiende que el acto de lenguaje no es un acto de comunicación puesto que no basta con codificar y decodificar. Por el contrario, la situación particular en la que se produce el enunciado es la que le da sentido, por lo que son las huellas del discurso las que deben ser enfocadas.
En esta perspectiva relacional, nos interesa especialmente la puesta en discurso de Charaudeau. Acordamos con este autor que el acto de lenguaje no es un acto de comunicación en el sentido tradicional y que define como una puesta en escena de la significación en la que participan cuatro protagonistas ligados por cierto proyecto de habla.[7]

Charaudeau (1982)  expone una serie de afirmaciones que dan cuenta de lo dicho en el párrafo anterior. Este autor plantea que:

a)         La palabra existe en y por el contexto particular en el que se inscribe. En esta línea, la palabra no tiene un sentido, sino que contribuye a hacer-sentido en un contexto situacional. El sentido de una palabra no puede ser satisfecho por un diccionario, ya que son las circunstancias contextuales las que producen la significación.

b)         Los miembros de una comunidad social comparten prácticas psicosociales que hacen del lenguaje el lugar de representación de esas prácticas psicosociales.

c)         Todo acto de lenguaje es el hecho de un individuo particular que es a la vez sujeto colectivo y sujeto individual, como productor o como intérprete. Esto quiere decir que el lenguaje adquiere existencia a través de los individuos pertenecientes a una comunidad social.

d)        El acto de lenguaje posee una dimensión explícita y una dimensión implícita, sin poder producirse como tal desprovisto de esta segunda dimensión. Lo implícito es lo que condiciona lo explícito. El sujeto hablante utiliza una estrategia al decir, por ejemplo, “gracias” con un tono especial, en lugar de “no me trajiste lo que te pedí”, ya que está centrando su atención en las consecuencias de ese enunciado, en la intención de “hacer sentir culpa”, entre otras cosas. Tanto es así, que Charaudeau plantea que un acto de lenguaje significa siempre algo distinto de lo que significa explícitamente.

Siguiendo con el planteo de este autor y reiterando lo dicho en párrafos anteriores, el acto de lenguaje se define como una puesta en escena de la significación en la que participan cuatro protagonistas ligados por cierto proyecto de habla. Para aclarar esta participación de cuatro sujetos, es necesario expresar que el acto de lenguaje es el resultado de dos actividades, una de producción y otra de interpretación. Cada una de estas actividades son realizadas por un protagonista diferente: un sujeto comunicante y un sujeto interpretante. Tanto el uno como el otro se definen en cuanto son totalidades idiosincráticas, con cierto estatus psico-social. Durante la actividad de producción, el sujeto comunicante que Charaudeau denomina YO comunicante, se instituye como tal en tanto posee un proyecto de habla. Durante la actividad de interpretación, el sujeto interpretante que Charaudeau denomina TU interpretante, asume cierto estatus en la relación de intercambio que le es propuesta y que reconoce como tal, instituyéndose como sujeto interpretante. Pero ni el yo comunicante ni el tú interpretante son seres de habla, sino que son seres del hacer. El segundo percibe sólo una parte del sujeto que tiene un proyecto de habla, percibe al “sujeto hablante”, que no necesariamente enuncia lo que piensa el sujeto comunicante . En nuestro ejemplo, el sujeto que dijo “gracias”, en cuanto sujeto comunicante tiene un proyecto de habla que involucra otro enunciado, del tipo “no me gusta tu actitud”, “lo tendré en cuenta para la próxima vez”, o “no me importa que no me lo des”, en cuyo caso el sujeto interpretante conoce una parte de ese proyecto de habla. El lugar de las condiciones de producción y de interpretación del lenguaje, en donde actúan el yo comunicante y el tú interpretante como seres actuantes, conforma el circuito externo del intercambio lingüístico.

De esta manera, y para comprender el acto de lenguaje, es necesario acceder al circuito interno, en el cual se ponen en escena los seres de habla. El circuito interno es el lugar del decir. Entonces, la actividad de producción es el hecho de dos protagonistas: un sujeto comunicante y un sujeto de habla que Charaudeau denomina YO enunciador, afectado por cierto estatus lingüístico; y la actividad de recepción también es el hecho de dos protagonistas: un sujeto interpretante y un sujeto de habla que está contenido en la enunciación y que Charaudeau denomina TU destinatario, afectado por cierto estatus lingüístico.

Es decir que el yo comunicante construye su proyecto de habla sobre la base de hipótesis sobre su interlocutor las cuales se plasman en el acto de enunciación como una “imagen ideal” de destinatario. Este sujeto comunicante busca que haya un reconocimiento por parte del interpretante, quien deberá identificarse, o no, con el destinatario construido en la enunciación. Sobre esto último, debemos aclarar que a pesar de que el sujeto interpretante tiene un margen de maniobra que le permite rechazar al tu destinatario, está ligado al sujeto comunicante desde el momento en que reconoce la relación de intercambio que se le propone y la acepta. Entre ambos se establece una relación (de autoridad / sumisión, por ejemplo) que se vincula con el estatus psico-social de estos dos protagonistas del circuito externo. De esta manera, nos encontramos con un contrato socio-lingüístico o contrato de intercambio que es del orden del hacer.

Los dos circuitos poseen cierta autonomía ya que proponen contratos de intercambio que corresponden a dos dominios diferentes (del hacer y del decir). Sin embargo, se articulan constantemente y se determinan recíprocamente. Para estudiar el acto de lenguaje es necesario abarcar las dos dimensiones.

Es importante destacar que los seres del decir están determinados por la manera en que la materia lingüística es organizada desde los puntos de vista enunciativo, narrativo y argumentativo. En cualquier enunciado podemos identificar cierto número de marcas formales que revelan la existencia de aparatos formales que explicitan verbalmente los tres órdenes de organización mencionados: el aparato formal enunciativo, el aparato formal narrativo y el aparato formal argumentativo. 

Cabe realizar dos aclaraciones:
         Cada uno de estos aparatos formales descansan sobre principios de organización que le son propios. Sin embargo,
         El nivel discursivo supone la intervención de las tres tramas; es decir que un texto que se presenta aparentemente como una argumentación, reposa también sobre una organización narrativa y enunciativa, y viceversa.



A los fines de continuar con este recorrido por las Ciencias del Lenguaje y ubicarnos en la perspectiva socio-semiótica que nos interesa, esta entrada se completa en la próxima, denominada precisamente "Representaciones sociales y Semiótica: líneas para la investigación". 


[1] BAJTIN (1981) op.cit. p.99-100.
[2] Ibid. p. 100
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Dice este autor que “La conciencia individual es un hecho ideológico y social” y “Una definición objetiva de la conciencia sólo puede ser sociológica”. Ibid. p.35-36.
[7] Para ampliar este tema: GUIÑAZÚ, L (2005) pág.23-27






[1] VAN DIJK, Teun (1995) De la gramática del texto al análisis crítico del discurso. Universidad de Amsterdam
[2] La noción de conocimiento que trabaja este autor tiene que ver con un punto de vista de “conocimiento socio-cultural acerca del mundo”, necesario para construir macroestructuras y consecuentemente, comprender un texto. Podríamos acercar este concepto a las nociones bajtinianas de “comprensión activa” y “respuesta”, expuestas párrafos más arriba.
[3] Según la noción de “modelo”, los usuarios del lenguaje, además de la representación del texto en su memoria episódica, construye una representación del hecho o acontecimiento al cual se refiere el texto. En este enfoque, los usuarios del lenguaje construyen un modelo mental para cada texto con el que se enfrentan, a la vez que es ese modelo el punto de partida para producir luego un texto. Se trata entonces de modelos subjetivos, unidos al contexto actual del entendimiento. Así también, construyen modelos del hecho comunicativo en el cual participan, los “modelos del contexto”, los cuales tienen que ver con representaciones subjetivas de sí mismo, de los otros participantes del acto comunicativo (incluidas relaciones interpersonales, propósitos, etc.) y del contexto.


[1] Ver GUIÑAZÚ, L. (2005) op.cit, “Hacia el Análisis Crítico del Discurso”pág.96-109


[1] BARRY, Alpha Ousmane. “Les bases théoriques en analyse du discours”, disponible en Internet: www.chaire-med.ca.
[2] GUESPIN, L., citado por Barry. Ibid.
[3] FUCH C., citado por Barry. Ibid. 
[1] BAJTIN, M. (Voloshinov) (1981) Le marxisme et la philosophie du langage. Minuit, Paris. p.104


[1] BARTHES, Roland (1987). El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y de la escritura. Buenos Aires : Paidós. p 205-210.


[1] BENVENISTE, E. (1974) Problemas de Lingüística General. México: Siglo XXI. Tomo 1, Cap.XIII, XIV y XV. Tomo 2, Cap. V.
[2] DUCROT, Oswald. (1994) “La enunciación”, en El decir y lo dicho. Buenos Aires: Edicial.
[3] Benveniste, op.cit. Tomo II, p. 83-84
[4] Ibid. Tomo I, p. 180
[5] Ibid. Tomo I, p. 183.


[1] SAUSSURE, op. cit. p.85
[2] CHOMSKY, Noam. (1989) El conocimiento del lenguaje. Su naturaleza, origen y uso. Madrid: Alianza. p. 27


[1] HJELMSLEV, Luis. (1971) Prolegómenos a una Teoría del Lenguaje. Biblioteca Románica Hispánica. Madrid: Gredos. Cap. XIII, p. 89.
[2] Ibid. p.75


[1] MARTINET, A. (1965) Elementos de Lingüística General. Madrid: Gredos.p.21
[2] Ibid. p.27
[3] Ibid.p.22


[1] Ibid. p. 152.


[1] Ibid. p. 154
[2] Ibid. p. 155


[1] Ver SAUSSURE, F. de (1998) ibid.


[1] Ibid. p.151


[1] SAUSSURE, Ferdinand de (1998). Curso de Lingüística General, 7ª ed.(1ª.ed.1987). Madrid: Alianza. p.23.


[1] Adaptación de una parte del Capítulo II de la Tesis de Maestría: GUIÑAZÚ, L. (2006) Las representaciones de los docentes de lenguas (materna y extranjera) acerca del uso de las tecnologías de la información y la comunicación en el aula. Estudio semiótico de casos. En el marco de la Maestría en Enseñanza de la Lengua y la Literatura, UNRosario.
[2] Ver  GUIÑAZÚ, L (2005) Introducción a la(s) Semiótica(s). Nociones básicas y estrategias de aplicación. Río Cuarto: UNRC

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